Entrevista a Virginia Alonso, por William Navarrete / Cubanet
Un placer entrevistas a la locutora y soprano Virginia Alonso, de trepidante carrera y cuentos inolvidables.
Enlace directo a Cubanet:
Y copiado abajo: Virginia Alonso / Cubanet / William Navarrete
“Dejé mi carrera
europea por hacer algo a favor de Cuba”
(El escritor
William Navarrete entrevista a la soprano y locutora Virginia Alonso)
Muchos de los que
vivimos en Cuba en la década de 1980 recordamos la voz cálida de Virginia
Alonso que podíamos escuchar gracias a Radio Martí y sus programas musicales
dirigidos a la audiencia de la Isla. Han pasado casi cuatro décadas, pero los
que oían a escondidas la emisora basada inicialmente en Washington recordarán
las radionovelas como Esmeralda o Ramona, programas de Nananina y Tres Patines
y muchos más que con la llegada del castrismo fueron eliminados de la radio
cubana.
Virginia Alonso
había desaparecido de mi universo cuando hace un par de años el escritor Juan
Cueto-Roig me sugirió que la entrevistara, tal y como había hecho él mismo, de
manera más concisa, un tiempo atrás. Esta entrevista estaba a punto de
concretizarse cuando me enteré de que Virginia acababa de mudarse de Miami a
Jacksonville, de modo que el plan de encontrarme con ella quedaba pospuesto
para otra oportunidad.
Ahora, en que al
fin hemos podido fijar cita para ponernos al día y recorrer su fascinante vida
de artista internacional sale finalmente este entrevista en la que no faltan
detalles que hasta los más cercanos a ella desconocen.
Háblanos de
tus orígenes, de tus padres, abuelos e historia familiar
Para apasionados
por la genealogía como yo, que hemos llegado hasta el siglo XV con más de 6000 antepasados
en nuestros árboles, esta pregunta es un desafío. Pero limitándome a lo
inmediato te puedo decir que mi padre, Miguel Ángel Alonso, nació en Marianao,
La Habana, pero de niño vivió desde los 5 años unas tres décadas en Nueva York,
donde estudió en Columbia College.
Sucedió que Rafael
Saínz de la Peña Veranés, el abuelo paterno de mi padre se había ido a vivir ya
a Estados Unidos en 1877, exactamente a Nueva Orleans, en donde se casó con una
francesa. Cuando Vicente Martínez Ybor abrió su primera fábrica de tabacos en
Tampa, el abuelo de mi padre se mudó para esta ciudad floridana en donde nació,
en 1889, su última hija, Consuelo Saínz de la Peña Cornier, que es tampeña –
como se le llama a los cubanos nacidos en el exilio del siglo XIX en Tampa.
Ella se casó, a su vez, a los 16 años de edad, con Ignacio Haya, un sobrino de
uno de los primeros fundadores de fábricas de tabaco cubano en esta localidad.
Mi abuela Consuelo divorcia entonces de este hombre porque era alcohólico y muy
violento y tiene que desprenderse de sus dos hijos porque, evidentemente, se
trataba de una familia muy poderosa. Entonces rehízo su vida al casarse en 1910
con Ramón Alonso Argudín, un cubano radicado en Key West, que también había
estudiado en Estados Unidos. Como ambos eran de orígenes cubanos decidieron
irse a vivir a La Habana en donde nació mi padre en 1911 y luego dos hijos más.
Como mis abuelos viajaban constantemente entre Cuba y Estados Unidos, y que, en
el caso de mi abuela, hablaba perfectamente inglés, español y francés, estaban
adaptados a la vida norteamericana. Esto tuvo mucho que ver con la decisión de que
mi padre se educara en Nueva York.
Por otra parte,
mi madre, María Elena Rodríguez Ballester, era habanera, hija de padre español
y madre cubana. Su padre, Carmelo Fausto Rodríguez, era madrileño y vino a Cuba
a los 5 años de edad. Era barbero y vivía en La Habana Vieja con mi abuela Caridad
Ballester.
¿Pero tu
padre había regresado ya a Cuba cuando naces tú?
Antes incluso.
Tenía más de 30 años cuando decidió regresar al país en que nació, después de
tres décadas de ausencia. En Cuba se hizo periodista de la United Press y fue
profesor de periodismo de la Academia Márquez Sterling, además de director de
Noticias del Canal 12 de la televisión cubana. Se casó con mi madre el 15 de
enero de 1943 y nací yo, la primera hija de la pareja, el 8 de mayo de 1944 en
la clínica Marfan, del Vedado, en La Habana.
¿Qué
recuerdos tienes de tu infancia en Cuba?
Todos
maravillosos. Como mi padre viajaba con mucha frecuencia nos mudamos cuando yo tenía
4 años para el pueblecito pesquero de Cojímar, camino de las playas del este
habanero, donde vivían mis abuelos. Pero cuando empezó mi escolaridad volvimos
a mudarnos para La Habana, exactamente para La Víbora, en donde me matricularon
en el Instituto Edison que estaba en ese barrio.
Tuve una infancia
muy feliz junto con mis dos hermanas. Llena de celebraciones, de fiestas en el
club náutico de Cojímar, de viajes por toda la isla porque mi padre quería que sus
hijas conociéramos el país en que habíamos nacido. Fue así que pude estar en
los valles de Viñales y Yumurí, por ejemplo.
¿Como
vivieron los acontecimientos políticos de la segunda mitad de la década de
1950? ¿Qué consecuencias tuvo el triunfo del 1° de enero para ustedes?
Mi padre como
buen periodista era muy imparcial en todo lo que redactaba y expresaba. Había
entrevistado por igual a los presidentes Grau, Prío y Batista, sin intervenir
con sus propias opiniones. Esto lo había aprendido de la ética periodística
norteamericana de entonces. También solía analizar y comentar en casa, a la
hora de comer, la situación política del país.
La razón por la
que un 9 de abril de 1960 decidió salir del país con todas nosotras rumbo al
exilio se debió a que sabía perfectamente lo que iba a suceder después. En las
oficinas de la United Press le habían puesto un censor desde los primeros meses
de 1959 y su jefe, Francis McCarthy, había sido secretario del departamento de
Estado norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, había vivido la
experiencia de la imposición del comunismo en otras partes del mundo y tenía a
todos los periodistas sobre aviso.
Recuerdo que en
el Instituto Edison la directora del plantel, una tal Ana María Gutiérrez, nos
puso a todos los niños a marchar. Mi madre entonces le pidió cita y le dijo que
sus hijas no asistían a una escuela para marchar sino para aprender.
Cuéntanos
de tu llegada al exilio
Llegamos como
dije a Miami en 1960, después de que nos tuvieron retenidos en el aeropuerto de
Rancho Boyeros, en La Habana, durante 9 horas. En Cuba quedaban mis abuelos
maternos que nunca volví a ver y a los que, al parecer les gustaba aquel
régimen, a mis tíos y mis primos. Y llegamos al exilio como casi todos, con una
mano alante y otra atrás. Pero mi padre era bilingüe y se puso a vender
aspiradoras por toda la ciudad y mi madre se fue a trabajar a las tomateras de
Homestead. Durante año y medio vivimos en la calle Ocho, de la Pequeña Habana.
Por suerte, mi
padre consiguió trabajo enseguida en la United Press y se incorporó
inmediatamente al medio periodístico. Pertenecía al Colegio Nacional de
Locutores de Cuba. Además, era un gran radioaficionado. Fue él quien recibió en
nuestra casa de Cojímar, el 27 de julio de 1950 y junto a Mario Rodríguez Viera
y José A. Martínez la primera señal de televisión que entró a Cuba transmitida
por la WTVJ Channel 4 desde Miami. Y lo hicieron con un aparato de la marca
Sparton de 12 pulgadas, un preamplificador Arcon y una antena direccional
de 32 varillas de aluminio que facilitaba la sintonización porque era movible.
El caso es que al
año y medio de vivir en Miami mi padre pudo comprar una casita propia en
Hialeah. Cuando aquello la casita costaba 11,000 dólares y en mi aula del Miami
Jackson School, sito en la calle 36 del NW y la 17 Avenida, yo era la única
cubana junto a un compañero de estudios que había estado conmigo en el Edison
de La Habana. El resto de los alumnos eran norteamericanos. Recuerdo que me
podían en un autobús y cuando llegaba al colegio todavía estaba cerrado.
¿Cómo
comienza tu afición por la música, uno de los grandes ámbitos de tu vida
profesional?
Justamente en ese
mismo colegio porque como no hablaba inglés decidí escoger Coro como
asignatura. Curiosamente, aunque mi padre era perfectamente bilingüe, nunca nos
puso a aprender inglés desde niñas. El caso fue que en este colegio la
profesora, Miss Owen, me oyó cantar y me pidió un solo. Canté Júrame de
María Grever y cuando me escuchó me dijo que me quedara para verme al final.
Fue ella quien me inscribió en un concurso del Estado de la Florida que tenía
lugar en Daytona Beach. En ese concurso, en que fui acompañada al piano por la
propia Miss Owen, gané el premio de mejor cantante de la Florida. La jueza del
concurso, una profesora de la Universidad de Tallahassee, me propuso una beca
de verano para estudiar música allí. Fue así como empezó realmente mi aventura
musical hasta el día de hoy.
En aquel campo de
verano de Tallahassee la obra que montaron era una opereta británica en la que
yo tenía el papel protagónico. Al último día de la representación asistió el
director de la escuela de música quien vino, luego, a verme al camerino y me
propuso ofrecerme una beca de estudios de 4 años con todo incluido en la
Florida State University de Tallahassee.
Como detalle
curioso te diré que mi afán de superación era tal que entré hablando un inglés
bastante deficiente y que, al final del primer año, fui la única alumna
sobresaliente en esta asignatura por delante de todos los norteamericanos.
Te
conviertes entonces en soprano …
La primera ópera
que vi en mi vida fue justamente allí, Sussanah de Carlisle Floyd, en la
que yo participaba en el coro, pues él era profesor de la Universidad. Me
encontré entonces con una mezzosoprano que había estudiado en Viena con Bruno
Walter y fue ella quien me enseñó a cantar en otras lenguas, y me introdujo en
un concurso de la Metropolitan Opera que tenía varias etapas hasta llegar a la
gran final. Y resultó que gané el primer premio que consistía en recibir clases
de canto, actuación, francés, italiano y alemán en la Metropolitan Opera de
Nueva York, todo pagado por la Fundación Rockefeller que me daba, además, 1300
dólares para mis gastos. Entonces estuve viviendo en Lexington Avenue entre
1968 y 1970, un año después de graduarme en Tallahassee.
Durante ese
periodo canté mucho en Nueva York. Hice varias óperas y hasta me escogieron
para actuar en Broadway. Al mismo tiempo me ofrecieron un contrato para cantar
en la Opera de San Francisco y tenía que escoger entre las dos posibilidades.
Fui así como escogí esta última opción y la razón por la que estuve año y medio
en esta ciudad de California en donde interpreté siempre los papeles
principales de óperas como The Medium (de Menotti), La Bohème (de
Puccini), L’elisir d’amore (de Donizetti), entre otras.
Fue en San
Francisco que conocí al barítono español Plácido Domingo, de quien me hice muy
amiga, y quien me dijo: “Deberías ir a Viena, ver a mi manager y cantar para
él”. Y le hice caso.
Tengo
entendido que también tuviste una carrera europea muy prolífica e intensa …
Me fui una semana
a Viena, canté para el manager de Plácido, quien envió a audiciones en Suiza,
Alemania y Austria. Inmediatamente conseguí dos contratos, uno en Basilea, en
el mismo teatro en había debutado su carrera Montserrat Caballé, y otro en el
teatro de Saarbrücken para cantar, nada más y nada menos que en alemán, L’elisir
d’amore y Cosi Fan Tutti.
Pero ocurrió que
no me quedé porque en San Francisco había conocido a un italiano, del que
estaba enamorada y decidí regresar. Con él me casé en Miami, tuvimos dos hijas
y se interrumpió por primera vez mi carrera musical pues él me prohibió cantar
y yo de tonta obedecí. Por suerte, me divorcié en 1976.
¿Y a qué te
dedicaste entonces?
Pues empecé a
enseñar canto en el Miami Dade Community College, y estando allí uno de mis
alumnos me pidió permiso para ausentarse porque quería asistir a un master
class que iba a dar Luciano Pavarotti en la Universidad de Miami. Así fue como
este mismo alumno me propuso que lo acompañara. Estando allí, como el director
de la Ópera me conocía, me propuso presentarme a Pavorotti y cuando lo tuve
delante de mí le dije: Maestro, ¿cuándo puedo cantar para usted?”.
Pavarotti me miró
– tal vez le hizo gracia mi espontaneidad – y me respondió: “Venga esta tarde,
a las 6 pm, al hotel Four Ambassador”.
Allí se estaba
alojando y tenía alquilada una enorme suite en la que estaba recibiendo a
muchos cantantes. Cuando llegué vi que era la soprano italiana Mirella Freni la
encargada de anotar a las personas que Pavarotti iba a recibir. Me intimidó más
el hecho de encontrármela a ella que cantar el aria de La Bohème para
Pavarotti.
Así que canté, él
me escuchó y me dijo: “¿Trae algo más?”. Canté entonces Fausto y le dejé
mi tarjeta. Al día siguiente, estando en mi casa, oigo a una de mis hijas
hablando en italiano por teléfono (recuerda que el padre de mis hijas era
italiano). Era Pavarotti que me llamaba para decirme que el viernes siguiente
iba a alquilar el Carnegie Hall por dos horas y que quería que le cantara allí
a su manager porque deseaba que interpretara con él La Bohème en Nueva
Orleans.
Así fue como
regresé al escenario de la ópera, cantando con Luciano Pavarotti en Nueva
Orleans, en 1977.
¿Fue así
como volviste a Europa?
No
inmediatamente. Resultó que el director de la Ópera de Viena vino a Miami a
visitar a amigos comunes que me invitaron. Entonces le comuniqué mi deseo, como
soprano, de pasar alguna audición para cantar en la institución que él dirigía.
Su respuesta fue: “Uf, hay tantas sopranos en Viena, pero bueno si quiere
intentarlo …” El caso fue que, en efecto, poco tiempo después, me presenté, él
me oyó y yo obtuve un contrato de 15 000 dólares semanales durante 4 años y
medio. En ese periodo canté incluso para la televisión austríaca.
Me mudé entonces
para Viena con mis hijas y allí viví entre 1978 y 1985. Me traje a mis hijas
conmigo y, hasta a mi madre que, por suerte, me las cuidaba.
¿Y no
volviste a trabajar con Plácido Domingo?
¡Sí, justamente!
Estando en Viena me encontré con él y me dijo que estaba haciendo un programa
para el que quería grabar la zarzuela El gato montés, de Manuel Panella,
y me propuso hacer el dueto de esta zarzuela él. Grabamos en la Plaza de Toros de Sevilla
y este programa resultó ganador de un premio Emmy al mejor programa de música
clásica del año.
Así fue como me
dijo que también quería hacer el mismo programa en Miami y me invitó otra vez a
cantar con él en 1984 en el James L Knight Center. Lo hicimos con un éxito
rotundo ante un auditorio con unas 9000 personas. Pero, como sucede muchas
veces en la vida, una cosa lleva a otra porque a ese concierto asistió un viejo
amigo de mi padre desde la época de vida en Cuba, Humberto Medrano, fundador de
Prensa Libre, quien me dijo que iba a comenzar a trabajar en Washington
para una nueva emisora de transmisiones para Cuba que comenzaría en ese
momento, es decir, para Radio Martí. Medrano, quien estaba al cargo de
reclutar a los locutores, me invitó a unirme al equipo. Yo no sabía muy bien
qué hacer.
Así fue
como te escuché por primera vez, desde La Habana, a través de tus programas en
radio Martí. Quiere decir que aceptaste y dejaste Europa por segunda vez …
Lo primero que
hice fue que se lo comenté a mi padre para ver qué pensaba. Su respuesta fue:
“Acepta porque creo que es lo único que puedes hacer por Cuba”. De más está
decir que dejé Viena, me instalé en Washington y empecé con Radio Martí desde
sus albores, en 1985. Me ofrecieron hacer programas de música clásica y,
finalmente, llegué a ocupar el puesto de directora del Departamento de Música.
Puedo decir que dejé mi carrera europea por hacer algo a favor de Cuba.
Empecé con un
programa junto a Miguel Ángel Herrera que se llamaba “Dos a las dos”. Y tiempo
después conducía otro llamado “Sonido joven”. Entonces escogía temas de música
pop y disco del momento para que la juventud en Cuba pudiera oírlos y hacía
todo un estudio musicológico de cada uno de los hits.
¿Fue así
como volviste a Miami?
Entre tanto,
había conocido en ésta a Bruno Eduardo Tokarz, quien era locutor y productor de
Radio Martí. Fue lo mejor que pudo pasarme en la vida porque comparte todos mis
valores y desde que me casé con él, en 1991, ha sido un pilar en mi vida.
Polaco de origen, nacido en Uruguay, anticomunista como yo, amante del arte,
gran conocedor de la música clásica, historiador y geólogo, qué sé yo, todo a
lo que yo aspiraba y me dije: “A este hombre no lo dejo escapar”. Fue el quien
me alentó a reanudar con la ópera, y a presentarme en una audición, en 1994, en
el Kennedy Center. Fui aceptada, obtuve varios contratos para temporadas en el
Kennedy y con la Washington National Opera. Dejé Radio Martí, pero Bruno siguió
trabajando en la emisora, y como ésta fue trasladada a Miami en 1999, entonces
regresé a la ciudad.
Durante este
periodo retomé el repertorio cubano e interpreté muchísimas veces Cecilia Valdés, Rosa la China, Los claveles y
muchas zarzuelas más del repertorio de la Isla. Me aprendí todas las canciones
de Caturla, Joaquín Nin, las de Eduardo Sánchez de Fuentes, y muchísimas más
del repertorio popular cubano. Canté La viuda alegre y todo eso no hubiera sido posible si no
hubiera vivido en Miami hasta que hace dos años retiraron a mi esposo de Radio
Martí y hemos encontrado nuestro nuevo hogar en Jacksonville.
¿La vena
artística se ha mantenido en tu descendencia?
¡Y de qué manera!
Raquel, mi hija mayor, es enfermera postraumática, es soprano profesional y
además corista de la Ópera en Alemania, en donde vive con Andreas, su esposo
alemán que es tenor. Sus dos hijas, Isabel y Karolina, también son artistas,
estudian piano y violín y dan conciertos. Natalia, mi otra hija es profesora de
arte en la academia Corcoran de Washington, pero también cantante pop y
guitarrista. Su hijo es pintor. En la familia, finalmente, todo el mundo es
artista.
Por mi parte,
además de mi vieja pasión por la genealogía, que comenzó cuando heredé viviendo
en San Francisco mucha información de la familia Ballester que poseía una
hermana de mi abuela que vivía en Los Ángeles, también pinto y me encanta el
diseño de interiores.
¿Y has
intentado volver alguna a Cuba?
Ni lo he
intentado ni pienso hacerlo. No me interesa visitar un país bajo una dictadura
y jamás pondré los pies en la isla en que nací mientras no haya en ésta un
gobierno democrático.












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